domingo, 22 de febrero de 2009

cuadernos

DE LOS FRAGMENTOS SALDRÁN NUEVAS COSAS
DE LAS COSAS PERDIDAS, ALGUNAS MARCAS

Esto ni siquiera es el principio. Llama la atención por dos cosas: el descubrimiento en un cajón, que no es el mío, y el encuentro con referencias, por decirlo de algún modo, ineserado...

La urgencia es mayor. En los sueños todo sucede muy rápido. Debo escribi antes que más piedras se desmoronen de la memoria. Un primer trazo es Rodrigo. El amigo muerto que me die que no me sorprenda que de pronto se vuelva un criminal. Le contesto que todos estamos desilusionados o decepcionados de algo. Insiste en ir a un concierto en Bellas Artes, en año nuevo. Pienso que podemos hacer la cola para el Auditorio. Algo me dice que no, pero entramos. Señala que hay otro el 11 de diciembre, especial para el canal 11. Yo ya sabía de ello, pero no le doy importancia; después de todo, yo no pensaba ir. Pienso en cómo manejaré el asunto con Chayo.
En lafila empiezan a suceder cosas extrañas. Tengo que seguir los pasos que indica esta gente. Cada uno de ellos me lleva más hacia adentro. Yo no tengo que ir. La indicación (única) que recibo de Rodrigo (en ese sentido) es que tengo que concentrarme para que logre lo que quiero. El hechozo llamado sigue. De alguna manera logro zafarme.
En la calle me espera otro grazo. Me señalan que alguien quiere verme. Pienso que ya voy a llegar tarde adonde necesito ir. Se detiene un carro con cuatro, cinco personas abordo. Entre ellas, parezco reconocer a Sergio Uzeta. El auto, sin embargo, lo maneja Felipe Calderón. Parece ser la pesona que quiere hablarme. Insiste. Pienso rápidamente que es todavía pronto para qaue el PAN decida lanzar a alguien para la Presidencia. Aunque yo inisto que no, la insistencia es mucha. Estoy consciente de que debo apresurarme para mi cita. Sin embargo, cedo y subo al auto. Continúa el forcejeo verbal. En algún momento Calderón señala algo como que hay que asumir el plan B. Se acerca a la cornisa de lo que parece un almacén, brinca al (toldo del) auto y ágilmente desaparece detrás de un ventanal. Alguien me ayuda, casi enseguida, a hacer lo mismo. Al parecer, será allá arriba donde tenga la conversación. Entro a un salón donde hay varias sillas que poco a poco se van llenando. Alguien habla al frente. Miro a mis compañeros de auditorio. No reconozco a nadie. Quisiera reconocer a alguien.
En algún momento pasa por mi cerebro, aparte de que no debo estar ahí, que estoy ahi porque algo o alguien ha decidido que debo hacerlo. Sólo hay que esperar.
Pero yo estoy confuso. Y despierto, aturdido.
Sigue otra hoja, ahora vertical:
Las oficinas, pudo haber dicho Benedetti, son el lugar ideal para la muerte ineficiente, esto es, para la falta de frescura, para
LÍNEA INCLINADA
la entrada parca de la muerte cansada
Los tiempos fueron otros, la espera era la de entonces, señalaba el mismo poeta. Esperar la hora de salir para convertir la noche en que se recupera el brío que durará hasta el exacto instante en que haya que ceñir, otra vez, la vestidura aciaga de lo cotidiano, la fruta insulsa de la repetición de nueve a cinco, mientrastranscurre, afuera, la feria de los sentidos.
Otra hoja, ahora horizontal (entre la forma francesa y la italiana)
Se acabó este tiempo de calma gozosa. Se acabó al menos en el tiempo prescrito, dictado, especificado.