Seguir cada hilo hasta romper la permanencia sólida en el tapiz florido de nuestras contradicciones y nece (si) dades. La del espacio, en primer término. La de la libertad, en otro. La del albedrío. La de la confianza. La de la necesidad. La del compartimiento sometido de las enfermedades y los crímenes del corazón o de la pasión o del ensimismamiento.
Nada por ser, ni para nadie.
Roca musgosa al final de una playa (¿en Irlanda, acaso?)
La permanente sorna de la fuga musical, como los brillos nebulosos de una tarde abandonados, como nunca, nada más a ellos dos, sin dar, sin compartir con nadie.
El fin del siglo anual es también como la primera piedra del ciclo final de la vida en soledad plena. Nada para enorgullecerse ni para llenarse, tampoco, de dolor. Última prueba para dejar constancia. La indelebilidad de la marca será como una pintura efímera sobre una taza de café. La hiladura fina dentro de los bordes de la porcelana.
No parece necesario siquiera, acometer el inventario de lo que fueron y lograron, junto con lo que siguen siendo y buscan y con lo que serán, dando vuelta a las esquinas donde se camina, y cohsigan nada más exista el compás, o la oportunidad, o ambas.
No de entonar con la voz una guaracha ni de entornar una puerta para dejar abierta la posibilidad de que entre, al fin, el esperado como sortilegio, como realidad, como coronación de los esfuerzos.